- ¿Sabes? - pregunta el joven chico al cuarto vacío buscando que
siquiera este tuviera la amabilidad de responderle - no puedo hacerlo,
no puedo dejar de amarla pero, a la vez no puedo dejar de odiar la
tanto, no puedo de pensar en cosas que me gustan, no puedo dejar de
imaginar mil maneras de acabarla, no puedo dejar de pensar que no es su
culpa, no puedo dejar de pensar que es culpa de Dios, no sé qué me
sucede, no puedo encontrar un sentimiento exacto que pueda describir
estos sentimientos que me atormentan - el joven toma un cuchillo, se
sienta con el ramo de rosas en sus manos, las favoritas de su mayor
error - sería tan fácil acabar conmigo, acabar con mi existencia, acabar
con el dolor, dejar que aquellos que me advirtieron sobre ti se rían de
mí tragedia con el típico "te lo dije", ya no me importa, pues sabía en
lo más profundo que serías una decepción más que me brindaba él destinó
para su diversión - mira la hoja del cuchillo - no es suficientemente
filosa - busca en toda la habitación y encuentra una daga, la toma, se
sienta - ahora esto será suficiente - mira la hoja dejando apreciar su
reflejo, solo veía un ser maltratado por los deseos más vulgares del
amor, pero al ver sé, algo en el cambio, lo que estaba roto libero algo,
un ser, sombras en su corazón - no, no debo ser yo quien sufra, de
ahora en más no sufriré de esta manera, no dejaré que nadie más se burle
de mí - clava la daga en el ramo de flores de repente de estas brotaba
un líquido rojo - mi viejo yo a muerto, ahora solo un ser de tinieblas y
deseo de venganza hacia el mayor se levantará de sus entrañas, un ser
que ha venido a cortar rosas negras de un jardín donde muchos han caído,
ese seré yo, el rey del emblema que tenga una rosa de este campo, la
rosa de los caídos.
Por: Miguel Eduardo Bayter Quintana.
Creditos por la imagen a su respectivo dibujante.
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